Trenes que cruzan destinos, cargas que no esperan
Fidenza. Estación de trenes. Una mañana cualquiera, aunque ninguna lo es del todo. Estoy allí, como tantas veces, sin prisas. La luz todavía no se ha puesto exigente, y la calma de la espera permite observar los detalles. De pronto, un tren de carga atraviesa la estación, largo y veloz. Lleva autos nuevos, brillantes, impecables, en fila como soldados listos para otro destino. Van hacia el norte, quizás Piacenza, Milano o más allá. Cada semana sucede, pero no siempre lo veo así.
Al otro lado del encuadre, un hombre con mochila observa. Él no espera ese tren, espera otro. Pero su presencia —estática frente al movimiento— da sentido a la escena. Hay algo poderoso en esa dualidad: un transporte de objetos y una espera humana. Una carga útil y una pausa personal. El tren avanza sin mirar atrás; él, en cambio, parece contener el tiempo en su quietud.
Fotografiar esta escena en blanco y negro fue casi un impulso. El contraste reforzaba lo que sentía: velocidad y quietud, máquina y ser humano, rutina y posibilidad. En estaciones como esta, uno aprende que no todos los trenes están destinados a detenerse, ni todos los pasajeros a subirse. Algunos simplemente observamos el tránsito de lo que no nos pertenece.
Las estaciones de tren en Italia —como esta en Fidenza— son testigos silenciosos de miles de momentos. Viajeros con prisa, reencuentros, despedidas, mercancía que se mueve sin pausa. Y a veces, entre todo ese ir y venir, una imagen sencilla nos invita a detenernos, a mirar sin buscar explicación. A encontrar un pequeño símbolo de la vida que se mueve y la vida que espera.
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