Bajo los arcos infinitos de Bolonia


Caminar por Bolonia es dejarse envolver por un ritmo distinto, casi pausado. A cada paso, los pórticos te acompañan como una melodía que no se detiene. Esa mañana, bastaron unos metros para que me diera cuenta de que aquí los arcos no son solo arquitectura: son carácter, identidad, refugio y belleza. Saco el celular y empiezo a buscar. En segundos descubro que lo que tengo ante mis ojos no es solo una sucesión de columnas, sino un patrimonio cultural único.   

Los pórticos de Bolonia fueron reconocidos por la UNESCO en julio de 2021 como Patrimonio Mundial. En el centro histórico, su longitud supera los 38 kilómetros. Y sin embargo, lo que impresiona no es solo la cifra, sino cómo cada tramo parece tener su alma propia. Me detengo frente al número 1C de la Piazza Maggiore, justo donde se encuentra Signorvino. Ahí, la simetría del espacio me invita a detenerme. Y hago la foto. 

Estoy bajo los arcos del Palazzo del Podestà. Miro hacia arriba. Las bóvedas parecen respirar. Observo los pilares decorados con azulejos que no se repiten: cada uno es distinto al siguiente. Me entero luego de que fueron obra del arquitecto Aristotile Fioravanti, que los realizó entre 1472 y 1494. Me encanta cuando la historia se mezcla con el presente sin alardes. Bolonia tiene ese don. 

Más allá, unas mesas vacías se alinean con precisión. El suelo de piedra cuenta sus años. Al fondo, la luz abre la escena y recorta siluetas humanas. Todo está en equilibrio. Esa armonía entre sombra, estructura y perspectiva es la que busco en la fotografía urbana en Italia, cuando intento capturar no solo el lugar, sino la sensación de haber estado ahí. 

Cada paso en Bolonia es una pequeña lección de belleza cotidiana. Me lo disfruto sin apuro. Y mientras camino, ya pienso en cómo contarlo, porque eso también forma parte de mi viaje. 

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