Una escena frente a la estación de trenes de Bolonia
A veces, al salir de una estación, lo primero que uno busca es orientación, dirección… pero ese día, al salir de la estación central de Bolonia, lo que me atrapó fue una imagen. Una escena sencilla, cotidiana, sin adornos ni filtros: un grupo de jóvenes sentados frente a una gran escultura, conversando, riendo, compartiendo. Hice la foto casi por reflejo, sintiendo que había algo en esa naturalidad que merecía ser guardado.
Bolonia es una ciudad de tránsito, de encuentros y despedidas. Y como en muchas estaciones de Italia, aquí se cruzan culturas, acentos, idiomas y orígenes. Esta imagen no es un reportaje, ni una denuncia, ni una exaltación. Es solo eso: un momento. Uno de tantos que componen el ritmo urbano de este país lleno de contrastes.
Me he detenido a pensar en cómo contar esta escena. Porque en los tiempos que vivimos, escribir con respeto no es solo importante, es necesario. Sé que hay prejuicios, narrativas sesgadas, discursos que dividen. Pero yo prefiero mirar con curiosidad y con la conciencia de que una imagen no tiene por qué afirmar, solo sugerir.
No todos los que llegan se comportan bien, es verdad. Pero tampoco todos los que nacen aquí lo hacen. El error, creo, está en atribuir conductas a un pasaporte o a una piel. Lo que vi ese día fue convivencia tranquila, rostros jóvenes que ocupaban un espacio público con naturalidad, como cualquiera. Y eso, en una ciudad que cambia constantemente, también es parte del paisaje.
Escribo esto con el mismo cuidado con el que tomé la foto. Porque lo humano está en los matices, en las miradas, en las pequeñas escenas.
En Italia Cotidiana intento capturar eso: lo que no grita, pero permanece.
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