Una pausa con alma en el corazón de Parma
Desde la elegante Strada Luigi Carlo Farini, siempre tan viva y llena de vitrinas tentadoras, decidí desviarme por una callejuela que parecía susurrar historias del pasado. Bastó un giro hacia el Borgo Palmia para sentir cómo el ritmo cambiaba. Todo estaba enmarcado por tonos ocres, amarillos cálidos, paredes rojizas y ventanas de madera pintadas de blanco, que reflejaban la luz de una ciudad que sabe guardar secretos. A la vuelta del número 8, algo me esperaba.
A la sombra de una iglesia cerrada —cuyos muros desconchados aún conservan la solemnidad de otros tiempos— descubrí un rincón acogedor: Croce di Malta, un café restaurante que se abre a una pequeña plaza escondida, casi secreta. No es solo un lugar para comer; es uno de esos espacios donde el tiempo parece ralentizarse. Las mesas de hierro forjado, vacías aún por la hora, parecían prepararse para recibir conversaciones, aromas y copas de vino.
Parma tiene esa capacidad: te regala pequeñas escenas que se sienten íntimas, incluso si hay movimiento alrededor. Aquí, entre piedras gastadas por los siglos y fachadas que aún muestran orgullosas su desgaste, Croce di Malta ofrece algo más que platos bien presentados. Su cocina es original, con sabores auténticos, y todo servido con ese esmero que se nota cuando hay cariño en lo que se hace.
La propietaria, Giovanna, es parte del encanto. Simpática, atenta, con una sonrisa que no necesita esfuerzo, se encarga de que la experiencia no sea solo gastronómica, sino también humana. Y eso, en el corazón del centro histórico de Parma, se agradece más de lo que parece.
A veces no hace falta ir muy lejos para encontrar algo que valga la pena contar. Solo basta una calle secundaria, una iglesia cerrada y una mirada atenta. Y por supuesto, una cámara lista para guardar esa calma que a menudo se nos escapa.
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