Una tarde cualquiera en el corazón de Fidenza
Son las ocho de la tarde. El calor empieza a retirarse, como si la ciudad soltara un suspiro largo después de todo el día. En Via Agostino Berenini, el corazón de Fidenza, la vida sigue su curso con la ligereza de un paseo al atardecer.
Una mujer en bicicleta avanza sin prisa. A un lado, una madre se agacha con ternura junto a su hijo que juega con algo en la acera. Al fondo, gente que camina, conversa, se deja llevar. Todo sucede bajo una luz suave, de esas que doran los edificios y dibujan sombras largas. Es el tipo de luz que hace que cualquier escena parezca una postal, aunque para quienes la viven no sea más que la rutina de todos los días.
Me gusta caminar por esta calle a estas horas. Es como si el tiempo se aflojara un poco. Los ruidos bajan de volumen, los gestos se alargan, y uno puede ver detalles que a media mañana pasan desapercibidos. Un toldo que se mueve, un balcón con geranios, una persiana a medio cerrar. Cosas simples, pero que cuentan historias.
Fidenza tiene estas escenas que no hacen ruido, pero permanecen. No buscan llamar la atención, solo estar ahí. Como esta mujer que pedalea entre luces cálidas, como ese niño que descubre el mundo desde el suelo. Pequeños retratos del verano italiano.
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